Durante el Blitz en Londres el 29 de diciembre de 1940, una bomba destruyó un almacén cerca de la Catedral de San Pablo. Cuando Biddy Chambers recibió la noticia de que se habían perdido los 40.000 ejemplares de los libros de Oswald Chambers almacenados allí —que ella había compilado y editado, pero no asegurado—, dejó su taza de té y le comentó a su hija: «Bueno, Dios ha usado los libros para su gloria, pero eso ya terminó. Esperaremos y veremos qué hará Dios ahora».
En Tierra Santa, nos encantó caminar por donde caminó Jesús. Ahora puedo imaginar más fácilmente las imágenes y los sonidos de su vida terrenal. Pero subir y bajar por las piedras irregulares dejó su huella, y llegué a casa con las rodillas doloridas. Por supuesto, mis dolencias eran menores comparadas con las de quienes viajaban hace siglos, que no solo padecían mucho; incluso morían. Pero Dios estaba con ellos.
Contemplé con curiosidad las exposiciones inaugurales del Monumento Nacional y Museo del 11-S en Nueva York, pero mantuve mis emociones bajo control. Eso cambió cuando entramos en la muestra interior, que los conservadores han cerrado sabiamente a los niños y a quienes quieran protegerse de las imágenes más desgarradoras. A medida que me iba encontrando con una historia tras otra de congoja y pérdida, surgían en mí oleadas de lamento.
Contemplé con curiosidad las exposiciones inaugurales del Monumento Nacional y Museo del 11-S en Nueva York, pero mantuve mis emociones bajo control. Eso cambió cuando entramos en la muestra interior, que los conservadores han cerrado sabiamente a los niños y a quienes quieran protegerse de las imágenes más desgarradoras. A medida que me iba encontrando con una historia tras otra de congoja y pérdida, surgían en mí oleadas de lamento.
Josephine Butler, la esposa de un clérigo destacado, se encontró haciendo campaña por los derechos de las mujeres acusadas (a menudo injustamente) de ser «damas de la noche», a quienes la sociedad consideraba las «menos deseables». Impulsada por su profunda fe en Dios, luchó durante años contra las leyes británicas de la década de 1860 sobre enfermedades contagiosas, que sometían a las mujeres a exámenes «médicos» invasivos y crueles.
Cuando la hija de Royston, Hannah, sufrió un derrame cerebral que le produjo un coma, él y su familia acudieron a Dios en oración con persistencia. Durante los meses de espera, se aferraron unos a otros… y a Dios. La fe de la familia se reavivó, por lo que Royston reflexionó: «Nunca hemos sentido a Dios tan cerca». En la terrible experiencia, recibieron «una renovación de la fe para persistir en la oración», como «la viuda de Lucas 18».
Hace unos años, después de intercambiar palabras acaloradas, Carolyn y yo resolvimos nuestro conflicto con compasión y amor la una por la otra. Confesé mi error, y ella oró por mí, aludiendo a Ezequiel 36:26: «Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne». Sentí que Dios estaba realizando una especie de cirugía cardíaca espiritual en mí, quitando mis temores y amargura al rodearme de su amor.
El amado pastor Andrew Murray (1828-1917) compartió cómo, en su nativa Sudáfrica, varias enfermedades afectaban los naranjos. Para el ojo inexperto, todo podía parecer normal, pero un arborista especializado podía detectar la alteración que anunciaba la muerte lenta de la planta. La única manera de salvar el árbol era remover el tronco y las ramas de la raíz e injertarlos en uno nuevo. Así, el árbol podía crecer bien y producir fruto.
Julie y su marido sintieron tristeza y remordimiento cuando se enteraron de que su hija había robado en varias tiendas. Pero con la ayuda de Dios, la perdonaron y la ayudaron a reparar el daño y a recibir terapia. Algunos meses después de la revelación, cuando su hija hizo un comentario fuera de lugar acerca de que ya no podían confiar en ella, Julie se preguntó: ¿Qué querrá decir? No pensó inmediatamente en la ofensa de su hija porque Dios le había quitado el escozor de la mente. Le había pedido a Dios que la ayudara a perdonar.
Brock y Dennis eran amigos de la infancia, pero cuando crecieron, Brock mostró poco interés en la fe de Dennis en Jesús. Dennis amaba a su amigo y oraba por él porque sabía que iba en un camino descendente de oscuridad y depresión. Al orar, adaptó las palabras del profeta Ezequiel: «Por favor, Dios, quita de Brock un corazón de piedra y dale uno de carne» (ver Ezequiel 11:19). Anhelaba que su amigo anduviera en el camino de Dios.